Durante los primeros seis meses de vida, la leche materna cumple un rol fundamental: es el único alimento que necesita el bebé. Así lo indica la Organización Mundial de la Salud (OMS), que recomienda mantener una lactancia materna exclusiva durante este periodo, sin introducir otros líquidos o alimentos.
Pero eso no significa que a los seis meses se deba cortar abruptamente. Muy por el contrario, tanto la ciencia como las autoridades de salud y especialistas médicos como la Dra. Paola Díaz, médico general de Sanitas Consultorios Médicos, coinciden en que prolongar la lactancia hasta los 24 meses o dos años sigue siendo altamente beneficioso. “La leche materna continúa siendo una fuente de nutrientes, incluso cuando el niño ya está comiendo otros alimentos”, explica la doctora.
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De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la lactancia materna puede mantenerse hasta los dos años o más, complementada con otros alimentos. Entre los 12 y 23 meses, la leche materna puede aportar entre el 35% y el 40% de las necesidades energéticas del niño, además de seguir ofreciendo ácidos grasos esenciales, vitaminas, minerales y anticuerpos.
Este respaldo institucional ha sido clave para que en los últimos años se revalore la llamada “lactancia prolongada”, muchas veces criticada o malentendida. La OMS sostiene que continuar con la lactancia más allá del primer año sigue previniendo enfermedades, refuerza el sistema inmune y contribuye al desarrollo cognitivo y emocional del niño.
La leche materna sigue aportando nutrientes y defensas incluso después del primer año de vida, según la OMS.
Según el estudio Breastfeeding Beyond Six Months: Evidence of Child Health Benefits, publicado en PubMed Central, prolongar la lactancia más allá de los seis meses tiene impactos positivos en múltiples áreas de la salud del niño. Entre ellos destacan:
“La leche materna no se vuelve agua después del primer año. Sigue teniendo inmunoglobulinas, grasas y nutrientes que benefician al niño, además de que es un espacio emocional seguro para ambos”, señala la Dra. Paola Díaz.
Uno de los mitos más comunes es que seguir dando de lactar después de los seis meses puede interferir con la alimentación complementaria. Pero eso es falso.
“La lactancia y la alimentación complementaria no se excluyen. Pueden convivir perfectamente. La idea es que la madre ofrezca otros alimentos progresivamente, sin presionar ni eliminar el pecho de golpe”, aclara la especialista. El objetivo es lograr una transición suave y respetuosa, en la que el niño experimente nuevos sabores y texturas, sin perder el contacto y la nutrición que brinda el pecho materno.
“No es cierto. La leche materna sigue siendo nutritiva incluso después del primer año de vida. No pierde valor nutricional, pero es cierto que el niño necesita complementar con otros alimentos porque sus requerimientos aumentan a medida que crece”, aclara la Dra. Paola Díaz.
Así, la lactancia no reemplaza la alimentación complementaria, sino que la acompaña y enriquece, aportando anticuerpos y nutrientes clave en una etapa donde el sistema inmunológico sigue desarrollándose. “Por eso, es una fuente de defensa importante incluso cuando el niño ya gatea o va a guardería”, añade.
Estudios señalan que dar de lactar más allá de los seis meses reduce el riesgo de infecciones y alergias en la infancia.
Otro mito frecuente es que lactar por más tiempo vuelve al niño más dependiente o ‘engreído’. Sin embargo, la evidencia señala lo contrario. El estudio mencionado también encontró que los niños que recibieron lactancia materna durante más tiempo mostraron una mejor regulación emocional y mayor seguridad en la relación madre-hijo.
“La lactancia sigue siendo un vínculo afectivo importante. Proporciona seguridad y consuelo al niño”, sostiene la doctora Díaz.
La OMS no establece una edad tope para dejar de dar de lactar, pero sugiere continuar hasta los 24 meses mientras madre e hijo lo deseen. La Dra. Díaz explica que “no hay una edad fija. Lo importante es que sea una decisión conjunta, que ambos estén cómodos y que el proceso se dé de manera natural”.
También aclara que el destete no debe que ser abrupto ni forzado: “Puede hacerse de forma progresiva, respetando los tiempos del niño. Algunas madres lo hacen por etapas, primero eliminando las tomas nocturnas o las de la siesta, hasta que llega el momento de dejarlo por completo”.
“La madre debe seguir alimentándose bien, hidratándose y descansando lo más que pueda. No hay que obsesionarse con dietas estrictas, pero sí mantener un equilibrio nutricional”, indica la doctora.
En algunos casos, puede requerirse suplementación con hierro o vitamina B12, especialmente si la madre tiene alguna condición de salud, sigue una dieta vegetariana o está en un nuevo embarazo. “Siempre es recomendable conversar con su médico para evaluar cómo se encuentra su salud física y emocional”, añade.
Muchas madres que deciden continuar con la lactancia después del año suelen recibir críticas o comentarios negativos: “¿Todavía le das teta?”, “Ese niño ya está grande”, “Te está usando de chupón”.
“Es importante que la madre se sienta respaldada. La decisión de continuar con la lactancia le pertenece solo a ella y a su hijo. La presión social o familiar puede hacer daño, por eso es necesario hablar de estos temas y normalizar la lactancia prolongada”, sostiene la Dra. Díaz.
Además, resalta la importancia de tener acompañamiento emocional y, si es posible, pertenecer a una comunidad de otras madres que estén viviendo procesos similares.
“La pareja puede tener un rol fundamental: apoyar, acompañar y respetar la decisión. No se trata solo de dar el pecho, sino de criar juntos. Cambiar pañales, cargar al bebé, preparar la comida, todo eso también es parte del proceso”, dice la Dra. Díaz.
Además, menciona que cuando hay complicidad y diálogo en la pareja, la madre se siente más segura de continuar con su decisión y puede enfrentar mejor los desafíos.
La lactancia prolongada no es una moda ni un capricho, sino una práctica cada vez más recomendada. Lejos de ser perjudicial, continuar dando de lactar después del primer año aporta beneficios concretos: refuerza el sistema inmune, mejora el desarrollo cognitivo y emocional del niño, y protege a la madre de diversas enfermedades, incluyendo cáncer de mama y ovario, según indican múltiples estudios.
La clave está en el respeto: respetar los tiempos del niño, los deseos de la madre y las decisiones informadas que se toman en familia. Como concluye la doctora: “Cada binomio madre-hijo es único. Y si ambos están bien, no hay motivo para frenar algo que sigue haciendo bien”.
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